4 oct 2017

A VER ¿EN QUE AYUDAMOS? ¿LES DOY UNA MANITO?

Mi padre trabajo para la Empresa de Transportes TEPSA, allá por el 70 durante muchos años como Jefe de personal, tenía a su cargo “n” cantidad de chóferes, mecánicos, almaceneros  y otros empleados, él fue quien manejo cientos de kilómetros desde Arequipa hasta Piura en aquel fenómeno del niño tan devastador en la región, para evaluar lo sucedido en relación con la empresa, salvar las mercaderías y demás confiado en los almacenes, poniéndose hombro a hombro con el personal con sus botas de jebe, sin importarle consecuencias personales en su salud,  él siempre daba el ejemplo, no le importaba jerarquías, su objetivo era ayudar y así tuvo grandes experiencias, más tarde ingresaría a laborar a otras empresas, pero dejo grandes amigos como los conductores a quien recuerdo con mucho cariño el señor Moscoso, Valdez , Leyva entre otros  quien en mi niñez y luego juventud se convertirían en mis amigos, tan es así que cuando él ya había dejado de trabajar en TEPSA y yo viajaba de Arequipa a Lima, me confiaba  a los chóferes, los cuales eran muy atentos y respetuosos conmigo “la hija del jefe” me decían o “jefa” en su voz ronca del señor Leyva, en el camino habían tres paradas fundamentales para cenar en Camaná como a las 8:00 p.m. a tomar el café en jarro de fierro enlozado despotillado,  a las 3:00 de la mañana en los kioscos de Chala, y el desayuno a las 7:00 en Chincha. Yo era invitada a comer con los choferes, donde era un privado del restaurante en aquellas épocas muy rustico con techo de esteras, alumbrado por un foco muy tenue, pero se sentía mucha fraternidad entre ellos, señorita ¿Qué se sirve?, ustedes ¿Qué comerán? Le preguntaba, nuestro lomo a lo pobre, - ¡quiero igual! - y era un super, super plato, por eso el dicho que dice “sírveme como camionero”, es tan cierto un cerro de comida muy bien sazonada.
Recordar esto me trae mucha ternura, me engreían y me respetaban los señores que eran como mi padre o mi abuelo. En uno de los tantos viajes a la salida de Atico el ómnibus recalentó así que el chofer y copiloto pararon para revisar el motor, se ponían unos mamelucos azul oscuro,  para proteger su ropa y cogían un cartón que guardaban en la bodega para tirarse debajo de la máquina, rauda yo también bajaba y le decía, ¿en qué puedo ayudar?, les doy una manito, Me miraban asombrados, pidiéndole por favor, “déjenme ayudarlos”  y aunque parezca mentira también me metía bajo el ómnibus con mi linterna para auxiliarlos a visualizar el desperfecto, igual como lo hacía mi padre codo a codo con su personal, algunos podrían decir qué arriesgada y hasta irresponsable de parte de ellos en permitirme hacer esto, ya que en mi ignorancia podía suceder un accidente, la gente era sana y me daba tanta satisfacción hacerlo. Ya de adulta tuve la oportunidad de trabajar con el señor Leyva (de voz ronquita, ya un hombre reposado, le llamaría un abuelito bonachón) como chofer de la empresa que puso mi padre, recordábamos aquellas épocas con añoranza.

Guardo tantos y tantos recuerdos de mi época de juventud, que no quisiera que estos nunca se pierdan de mi mente, por ello me importa escribirlos. “Hay recuerdos que de pronto, nos despeinan el alma y nos invitan a una sonrisa cómplice …” (Valeria Sabater)