Mi
padre trabajo para la Empresa de Transportes TEPSA, allá por el 70 durante
muchos años como Jefe de personal, tenía a su cargo “n” cantidad de chóferes, mecánicos,
almaceneros y otros empleados, él fue
quien manejo cientos de kilómetros desde Arequipa hasta Piura en aquel fenómeno
del niño tan devastador en la región, para evaluar lo sucedido en relación con
la empresa, salvar las mercaderías y demás confiado en los almacenes, poniéndose
hombro a hombro con el personal con sus botas de jebe, sin importarle consecuencias
personales en su salud, él siempre daba
el ejemplo, no le importaba jerarquías, su objetivo era ayudar y así tuvo
grandes experiencias, más tarde ingresaría a laborar a otras empresas, pero
dejo grandes amigos como los conductores a quien recuerdo con mucho cariño el
señor Moscoso, Valdez , Leyva entre otros
quien en mi niñez y luego juventud se convertirían en mis amigos, tan es
así que cuando él ya había dejado de trabajar en TEPSA y yo viajaba de Arequipa
a Lima, me confiaba a los chóferes, los
cuales eran muy atentos y respetuosos conmigo “la hija del jefe” me decían o “jefa”
en su voz ronca del señor Leyva, en el camino habían tres paradas fundamentales
para cenar en Camaná como a las 8:00 p.m. a tomar el café en jarro de fierro
enlozado despotillado, a las 3:00 de la
mañana en los kioscos de Chala, y el desayuno a las 7:00 en Chincha. Yo era
invitada a comer con los choferes, donde era un privado del restaurante en
aquellas épocas muy rustico con techo de esteras, alumbrado por un foco muy tenue,
pero se sentía mucha fraternidad entre ellos, señorita ¿Qué se sirve?, ustedes ¿Qué
comerán? Le preguntaba, nuestro lomo a lo pobre, - ¡quiero igual! - y era un
super, super plato, por eso el dicho que dice “sírveme como camionero”, es tan
cierto un cerro de comida muy bien sazonada.
Recordar
esto me trae mucha ternura, me engreían y me respetaban los señores que eran como mi padre o mi
abuelo. En uno de los tantos viajes a la salida de Atico el ómnibus recalentó así
que el chofer y copiloto pararon para revisar el motor, se ponían unos
mamelucos azul oscuro, para proteger su
ropa y cogían un cartón que guardaban en la bodega para tirarse debajo de la máquina,
rauda yo también bajaba y le decía, ¿en qué puedo ayudar?, les doy una manito, Me
miraban asombrados, pidiéndole por favor, “déjenme ayudarlos” y aunque parezca mentira también me metía bajo
el ómnibus con mi linterna para auxiliarlos a visualizar el desperfecto, igual
como lo hacía mi padre codo a codo con su personal, algunos podrían decir qué
arriesgada y hasta irresponsable de parte de ellos en permitirme hacer esto, ya que en mi ignorancia podía suceder un accidente, la gente era sana y me daba tanta satisfacción hacerlo.
Ya de adulta tuve la oportunidad de trabajar con el señor Leyva (de voz
ronquita, ya un hombre reposado, le llamaría un abuelito bonachón) como chofer
de la empresa que puso mi padre, recordábamos aquellas épocas con añoranza.
Guardo
tantos y tantos recuerdos de mi época de juventud, que no quisiera que estos nunca se pierdan de mi mente, por ello me importa escribirlos. “Hay recuerdos que de
pronto, nos despeinan el alma y nos invitan a una sonrisa cómplice …” (Valeria
Sabater)